Terminamos de beberlo. Verde, exótico, brilloso, fuego. Por alguna razón yo me lo tomé (en sentido figurado y literal) más en serio que los demás. Mientras el clima era festivo y de excesos, yo, que empezaba a vivir la realidad en una especie de "stop-motion" y constante dejá-vu, me quedaba en mi lugar sintiéndome de alguna manera expuesto. Mi campera no me abrigaba, y pensé que lo mejor era irme de allí.
En la calle, el silencio de la noche se imponía avasallante. Con la poca luz, ni siquiera mi sombra me hacía compañía. Las veredas se burlaban de mí, moviéndose por debajo mío como una cinta de correr, para que mi caminar no me dejase avanzar como yo quisiera. Cada esquina, cada calle cruzada, eran como una meta, como un "checkpoint" en algún viejo videojuego de carreras de autos de algún viejo local de fichines. Podía escuchar a lo lejos la risa del diablo, si es que existe.
Me acercaba cada vez más a mi casa, los únicos rostros que veía eran los que pasaban pegados a las ventanillas de esos casi vacíos colectivos. Todos ellos, desde su asiento, a través de los vidrios asquerosamente empañados, posaban sus miradas en mí.
Empecé a girar, o quizás giraba el mundo. Algún cruel titiritero me había elegido para ser el protagonista de su macabra presentación.
El tiempo era indiferente, de a ratos pasaba y de a ratos no. Yo no seguía su juego, seguía mi camino. Solo mi taquicardia y yo; cada vez más, mi corazón se aceleraba.
Última esquina. Una cuadra más y (tal vez) todo terminaría. Otra vez, el titiritero me jugaba una mala pasada y ahora hacía que todo pasara más velozmente por mi lado, o tal vez yo corría.
Casi con fiebre, esquivé unas bolsas de basura que apestaban y me lancé a cruzar la calle hasta la puerta de mi casa.
Por qué justo esa noche? cuantas veces habré cruzado esa calle sin que nada pase, ¿por qué justo esa vez tuve que escuchar ese maullido? como apuñalado, el quejido de un gato me erizó la piel. Aunque miré nervioso para todos lados, no pude ver al animal. Se me aceleró el corazón, que ya venía acelerado. Y antes de poder ingresar la llave en la cerradura, me desvanecí.