miércoles, 19 de mayo de 2010

carta

“Yo soy Mario. Si te hacés el loco te mato y te entierro abajo de la cama”. Con la inocencia propia de la niñez, un chico le decía esto a otro entre risas. Sin embargo, al Mario de la frase, Mario César Freiro, de ninguna manera le hubiese causado gracia este juego. Freiro, quien supo ser un buen padre y marido durante algún tiempo, hoy se encuentra prófugo por el asesinato de su esposa, la madre de sus dos primeros hijos. Pero este no fue para él su verdadero crimen. De hecho, dicho en sus propias palabras, disfrutó cada apretón en el cuello de su esposa María, sonrío mientras sus fuertes manos la apretaban ante la inútil resistencia de ella, sintió todo el poder del universo cuando esta cedía, ya sin aire y con los ojos fuera de órbita, a su impulso asesino. Yo soy José Gómez, y una carta de Mario antes de su huida me convierte en la única persona en conocer cada detalle de su historia. Desconozco si alguien alguna vez encontrará este diario, pero necesito vivir con la esperanza de que alguien lo haga para liberar la ansiedad de ser quizás el único que pueda conocer por completo las vivencias de Mario Freiro. Nunca fui muy dúctil para la redacción, así que creo que lo mejor será citar directamente la carta que recibí:

“José: No se qué pensarás de mí a esta altura y probablemente no me importe en poco tiempo. Pero sos la única persona de este barrio que considero un amigo, y esta es mi verdad. Yo amaba a María con toda mi alma, no podía imaginar mi vida sin ella. ¿Qué más podía pedir yo, un tipo que nació en una familia pobre, más que una mina que te quiera, con dos hijos que podían ir a la escuela y comer todos los días, una casa humilde pero que con esfuerzo la íbamos mejorando? Nada más viejo, nada más...Pero nunca pensé que la persona a la que tanto quería me podía tirar todo a la mierda con tanta facilidad. Todo empezó cinco meses antes, vos sabés, el tema de las escapadas...todos lo sabían, pero yo me lo negaba, no podía imaginarme que alguien por quien yo sentía tanto me forrease así. Hasta que la vi. Después de comerme cuatro meses el chamuyo de la tía de Santa Fe enferma, la vi bajarse del auto de ese viejo pelado. ¿Me cambiaba por eso nada más? ¿Porque el botón ese manejaba un Honda cero kilómetro y yo un Renault 12? Me sentí el boludo más boludo y cornudo del mundo, a partir de ese día era verle la cara y saber que atrás de esa sonrisa estaba pensando y riéndose del tarado que tenía enfrente, que nunca la llevó a comer a un buen restorán, que nunca le compró zapatos, o lo que mierda sea que ese viejo tenía y yo no. Fue un mes terrible, en donde todo lo que había sido amor se convertía en odio. No sabía qué hacer, no quería que los chicos vivieran una situación de divorcio, no quería que supiesen que su papá tenía más cuernos que un ciervo, no quería que me señalen por el barrio y digan ‘Ahí va el alce’. Llegué a la conclusión de que la única manera de superar toda mi bronca era una sola: matarla. La idea me comió la cabeza una semana, todavía me acuerdo que en siete días habré dormido cinco horas en total. Cada vez que estaba sólo con ella sentía una mezcla de adrenalina, odio y represión inexplicable, una lucha interna que parecía no tener fin. Hasta que el fin llegó solo. Fue la noche del 8 de febrero del 97. Habíamos vuelto de lo de mi vieja de buscar unas sillas que iban a ir en la parte nueva de la casa y los chicos dormían en su cuarto. Estábamos por acostarnos y ella me dijo ‘¿No me hacés unos mimos antes de dormir Lucas?’. Enseguida lo dijo y se dio cuenta de que pisó el palito sola. Claro, ni se imaginó que yo me venía maquinando hacía un mes, entonces no se la esperó cuando estallé de la bronca, me le tire encima y le tape la boca diciéndole ‘¿Así que el dolape se llama Lucas?’. Por los ojos me di cuenta lo sorprendida que estaba, pero a la vez esa mirada terminó de confirmar todo lo que me había negado a terminar de creer. El odio que sentía ahora sí era infinito, y cuando me di cuenta mi mano izquierda ya estaba apretando su cuello. Jamás pensé que iba a sentir satisfacción en este momento, pero la venganza resultó ser dulce, y a medida que su cara se iba transformando y sus ojos saliendo de órbita, se me iba dibujando una sonrisa cada vez más amplia, y sentía como todo el poder del universo estaba en mis brazos, me sentía Dios juzgando a un pecador en el purgatorio: y su destino no iba a ser el cielo. Finalmente cedió, y la adrenalina que me corría el cuerpo era infinita, todas mis extremidades me temblaban y fui corriendo a buscar mis herramientas. Levanté el piso y la enterré debajo de la cama, no por hacerlo más morboso, pero era la única manera de que sea un crimen perfecto. Y por ocho años lo fue. Con la muerte de María sentí que me reivindiqué conmigo mismo. Sentía que mi trabajo de padre había sido bueno, pero que el más chico había caído en el alcohol por no soportar la historia de abandono que inventé como coartada. Mi conciencia estaba tranquila, después de todo, su madre realmente lo había abandonado al cometer una infidelidad. Rehice mi vida conociendo a otra María, tuve otro hijo. Era feliz. Hasta que esto salió a la luz. No sé cómo no me di cuenta aquel día de que en realidad los chicos no estaban durmiendo, sino que estaban jugando a la escondida y justo cuando llegamos el más chico estaba en nuestro placar. Me di cuenta de que en realidad sí había cometido un crimen. No el de mi esposa, eso fue justicia. Pero había destruido la vida de Luisito, lo condené a vivir por siempre con el recuerdo de su padre estrangulando a su madre, lo atormenté de por vida. Ahora sí, después de ocho años, me siento un verdadero culpable. Me veo a mí mismo en él, soportando un odio infinito y sin siquiera saber por qué lo hice, ¡sin saber que en realidad fue por cuidarlo! Entiendo que haya hecho su descargo y me haya delatado, y espero que así como yo me liberé del odio con la muerte de María, el se pueda liberar luego de su confesión. ¿Si me arrepiento de haberla matado? Realmente no. Sólo me arrepiento de haber matado al alma de mi hijo. Me voy a la fuga, y lo más probable es que no me encuentren. Al menos no con vida. Ahora que sé que lo que yo hice para cuidar a mis hijos solo sirvió para que Luis me odie y se hunda en el alcohol, todo perdió sentido. Sos el dueño de mi verdad, te diría que de mi última verdad. Si me atrapan, tendrás noticias de mi, si no me atrapan...ya sabés cuál fue el final. Espero que puedas entenderme y ponerte en mi lugar.
Con toda sinceridad,
Mario”

A tres meses de recibir la carta no supe mas nada de él. No conté esto a nadie, quizás algún día lo haga, quizás no. En caso de no hacerlo, el que encuentre este diario es libre de divulgarlo, de juzgar a Mario y de juzgarme a mí por ocultarlo. Mientras tanto, como Mario, yo me siento liberado por haberlo redactado en estas páginas.