viernes, 15 de julio de 2011

Con la sangre azul

La memoria no es un fichero perfecto. Cada vez que evocamos un recuerdo, no lo guardamos de la misma manera; lo modificamos, aunque sea mínimamente, lo alteramos. Ya no es el mismo recuerdo que era antes. Por eso, no se hasta qué punto es cierto lo que voy a contarles hoy, porque se trata de un recuerdo que evoqué muchas veces, y por lo tanto bastante cambiado debe estar.
Pero en mi corazón es cierto. Es cierto todo eso que me hace sentir. Quizás, más cierto que antes.
Se trata de una mañana como la de hoy. Una mañana gris, húmeda, esas que tal vez es mejor verlas desde la ventana que salir a vivirlas. Pero ese día tocaba vivirla, porque a pesar de lo apagado del día, una llama ardía furiosa: la llama de un equipo, el fuego de compartir la camiseta, de sentir los colores, de entregar cuerpo y alma a ese hermoso ritual que llamamos fútbol.
Era sábado; y en el aire no sólo había neblina, había humo...algún problema con quema de pastos, o algo así; cada vez que pienso en ese día, siento ese olor. El escenario era perfecto para una jornada memorable: nubes, humo, frío y hambre de victoria.
Antes de empezar nos sacamos una foto. Es esa la foto que miro y me llena de orgullo, de pasión, de unas ganas terribles de que sea la hora del próximo torneo y estar de vuelta en la cancha con ustedes, compañeros míos (de equipo y de la vida), para volver a dejar todo.
Recuerdo bien ese día. Es lejano, estamos hablando de unos tres años atrás, pero quiero tenerlo cerca siempre. Teníamos sólo 17 años, y enfrente nuestro eran un mix de gordos altos y petizos musculosos; en la "previa", ese peloteo que hace cada equipo antes del pitazo inicial, la manera de tocar y de pegarle a la redonda del rival...metía un poco de medio.
Pero nuestro mejor arma estuvo mas eficaz que nunca: el sacrificio; el saber que cada gota de sudor derramada no era solamente nuestra, era de todos; el saber que cada pierna trabada contra ese tipo que nos doblaba en peso, que cada barrida hecha tan solo para evitar un lateral, hacía que todo el resto del equipo apretara el puño y se esperanzara. Y así, llegó el último minuto. Con un tiro libre a favor nuestro. Casi se me rompen los dientes; no podía evitar apretarlos tanto cuando nuestro arquero acomodó la pelota. Me paré al lado de él, y aunque no lo sentía, aunque, lamento confesarlo, no le tenía fe, le dije con seguridad al oído: "Lo hacés y lo ganamos". El árbitro dió la orden, y el arquero estrelló la pelota contra la espalda de uno de los de la barrera. Tenía ganas de llorar. Incluso cuando la pelota le volvió a los pies, tenía ganas de llorar. Pero volvió a patear; creo que luego me confesó que sólo quiso sacársela de encima, lo cierto es que la pelota entró por un ángulo al arco contrario y llegó al fondo de la red. Y nos unimos en un grito épico, corriendo a abrazarnos. Detrás, el rival no sé que hacía, pero no creo que su lamento haya sido proporcional a esa desmedida alegría que sentíamos.
Por eso Mixtilenio, hoy vuelvo a mirar esta foto, y cuánto te extraño, cuantas ganas de salir a la cancha una vez más con vos en la piel, queridísima Azul!
No me importa haber alterado mil veces este recuerdo, no me importa si en realidad empatamos, o perdimos, o fui suplente, o me expulsaron, o el rival no se presentó, lo único que me importa es todo lo que me hacés sentir cada vez que el cordón me aprieta el botín al pié y me preparo para defenderte una vez más! Para dejar todo por vos y por mis amigos, esos que también sienten lo mismo que yo, esos que también tienen la sangre azul!
Y si este recuerdo ya está muy cambiado Mixtilenio, no me interesa, porque vamos a tener mil recuerdos más juntos. Volvé pronto, no puedo aguantar mucho más sin vos.


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