miércoles, 18 de julio de 2012

Amor pasajero #2


Allí estábamos los dos, uno frente al otro. Vos en una especie de trance, oscilando entre el sueño y la vigilia. Yo con mis ojos fijos en tu cara, mirando de reojo los pechos que inflan tu sueter, bajando a veces la vista hasta tus pequeños pies, para luego volverla a subir lentamente y apreciar todo tu cuerpo arropado. Cada tanto tus ojos se abren, y aunque tu mirada no es dulce, es hermosa; mirás para un lado, mirás para el otro, y ya no cerrás los ojos de nuevo. Me pongo nervioso, no se si estoy listo para que nuestras miradas se crucen, así que cada vez que girás tu cabeza, yo desvío nerviosamente mi mirada. Y la deposito, por ejemplo, en aquel corpulento pelado que aprieta sus ojos con fuerza, suplicándole quién sabe a qué deidad por un poco de descanso; su cuerpo es enorme, tan grande como las ganas de conciliar ese pequeño rato de sueño.


Vuelvo a vos, que ya mirás para otro lado, cuando suena el timbre de Carranza, la última estación antes de mi destino. El timbre suena y yo me angustio. No quiero separarme de vos ni un segundo más en esta vida, fuimos hechos el uno para el otro y no me parece un final justo que yo me baje en Juramento y vos sigas hasta Congreso de Tucumán para dejar inconclusa esta historia que es la historia de nuestras vidas. Ay, amor pasajero, por qué eres tan cruel!


Llegamos a Cabildo. Pese a mi angustia, a mi desesperación, vos también bajás aquí. Mis ojos brillan, te sigo con la mirada y me paro cerca tuyo esperando que la puerta se abra y nos libere de ese vagón hacinado para que nos demos la mano y corramos juntos por Juramento, hasta Ciudad de la Paz, y luego hasta el hotel alojamiento que está enfrente de una iglesia. Mientras pienso esto, camino detrás tuyo. Tu andar es un poco chueco, pero cautivador. Quiero alcanzarte, tocarte el hombro, decirte todo lo que me pasa y que vos, llorando, me abraces y me digas que te pasa lo mismo. Acelero, me acerco, estoy a punto de estirar mi brazo, pero no puedo llegar a vos. Ya no soy yo quien impulsa mis pies, sino una cinta metálica que se desplaza por debajo nuestro, elevándolos de manera escalonada hasta allí, donde el mundo asoma.


Ya pensé las palabras exactas, apenas recupere el control de mi caminar lo haré: te tomaré del brazo, pondré tu cara cerca de la mía y lanzaré esa frase que nos una para siempre, que dé oficialmente comienzo a este amor, que ya comenzó mas o menos cuando íbamos por Bulnes.


Aprieto mis puños, también mis dientes. Se acerca el final de la escalera mecánica y también mi momento de gloria. Levanto mi pie izquierdo y recupero mi caminar, que se dirige hacia ti. Nada puede fallar, es nuestro destino afrontar este amor y lo sabés, no podrás esquivarlo, excepto que sigas derecho por Cabildo...y eso hacés. Seguís derecho por Cabildo y me dejas en el abandono a mí, que tengo que bajar por Juramento, plantado en una de las esquinas más populares de capital. Me dejas sólo y sin alma, y con mis palabras en la garganta, palabras que ahora me queman por no haber salido en el momento justo, tal vez cuando quedó un asiento libre a tu lado en Plaza Italia.


Y así, agachando la cabeza, cuando ya te mezclaste con la gente, maldito amor pasajero, yo me voy por Juramento, jurando jamás olvidarte, jurando que nadie ocupará tu lugar. El día está frío y soleado, pero yo estoy de luto por este amor.


(continuará, quizás)

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